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Ø  EL PERSONAL DE LOS CENTROS SANITARIOS Y EL CONORAVIRUS      

   El impacto de esta pandemia está siendo importante en toda la población, pero especialmente en aquellos que están más cerca de los enfermos. Todo el personal que ha estado en contacto estrecho con pacientes con coronavirus o con sospecha de coronavirus se ha encontrado en una situación de mucha vulnerabilidad e impotencia.

 

¿Cómo se traduce este impacto en la salud física y mental?

   Vamos a intentar explicarlo.

   Al principio del brote de coronavirus, la sensación de caos y desorganización, el desconocimiento del comportamiento del virus, la incertidumbre y el miedo se apoderaron de todos nosotros. Los sanitarios se tuvieron que enfrentar a trabajar a ciegas, sin saber si lo estaban haciendo bien o mal, ofreciendo unos cuidados limitados por los medios de los que disponían, viendo cómo se van contagiando compañeros o ellos mismos, teniendo que adaptarse a cambios diarios tanto organizativos como de protocolo de actuación, y sin saber si estaban llevando el virus a casa, haciendo rituales de limpieza complejos para minimizar el posible impacto en su familia o bien yéndose a vivir a otro lugar para evitar este riesgo.

En este caso el personal sanitario se ha enfrentado con muchas fuentes de estrés, a las que se tenían que enfrentar cada día:

- La sensación de pérdida de control

- La incertidumbre

- La sensación de vulnerabilidad: por el propio virus, por la falta de medidas de protección, por desorganización del sistema sanitario, por factores personales, por el desconocimiento de la sociedad, por una atención sanitaria de supervivencia…

- La preocupación por la salud: por la propia salud, por la de los familiares, por la posibilidad de diseminar la infección.

- Cambios en el entorno laboral

- El aislamiento físico y social

     En este primer momento hay un estrés agudo, que es una reacción fisiológica en la que nuestro organismo se pone alerta ante la amenaza que está viviendo. Los síntomas que pueden aparecer son:

- Ansiedad, llegando incluso a tener crisis de angustia.

- Alteración en el sueño (insomnio, pesadillas, despertares frecuentes…)

- Irritabilidad

- Ánimo bajo

- Dificultad para conectar emocionalmente con otras personas

- Culpabilidad

- Rumiaciones e intrusiones de recuerdos de lo vivido y a veces conductas de evitación.

A nivel físico se puede notar cansancio, tensión muscular, taquicardia, sudoración, cefaleas…

 

¿De qué depende que algunos presenten unos síntomas y otros no?

Hay varios elementos a tener en cuenta.

- Por una parte, los factores comunitarios: se ha visto que los profesionales que se sienten apoyados por jefes e instituciones y compañeros de trabajo (en cuanto a material de protección e información suficiente y clara) sufren menos el impacto de una situación de estas características. Sin embargo, los que trabajan en primera línea, y en lugares donde la prevalencia de la enfermedad es mayor (como en el caso de Madrid) tienen más riesgo de presentar más sintomatología y más grave.

- Por otra, los factores individuales: la presencia de patología previa o eventos traumáticos previos y las estrategias de afrontamiento disfuncionales (aislamiento, conductas de evitación…) son factores de riesgo. Así como el contacto más prolongado o frecuente con los pacientes. Sin embargo, los trabajadores con más experiencia o acostumbrados a trabajar en situaciones de estrés, como en urgencias o en las UCIs, parecen presentar más capacidad de adaptación.

 

Y ¿haber estado en esta situación hace que necesite tratamiento?

La duración de la pandemia es otro elemento a tener en cuenta. Los turnos alargados, y el hecho de no poder recuperarse cada día de todo el impacto emocional de lo vivido hace que sea más fácil presentar sintomatología a largo plazo.

Los síntomas suelen desaparecer en un máximo de 4 semanas, y dejan de afectar al funcionamiento habitual. Es cierto que esta es una situación sin precedentes y no se va a recuperar una normalidad como la que teníamos antes, por lo que habrá que valorar la vivencia particular de cada uno.

El ser humano es resiliente por naturaleza, tenemos una gran capacidad de adaptación a situaciones adversas, y un gran porcentaje de personas no van a necesitar tratamiento a largo plazo. El hecho de que una situación sea impactante no es lo único que determina si la sintomatología puede cronificarse o empeorar. Después de un primer impacto emocional hay un intento de adaptación a través de alguna acción coherente con la situación, lo que le permitirá recuperar su condición previa al hecho traumático, para luego realizar una elaboración adecuada de lo sucedido. Es decir, la evolución tiene que ver con nuestra forma particular de afrontamiento, cómo nos vivimos en dicha situación y los recursos con los que contamos en ese momento.

 

¿Si los síntomas persisten?

Si los síntomas de los que hemos hablado anteriormente duran más de 4-5 semanas o empeoran podemos hablar de un trastorno por estrés postraumático (TEPT), y en este caso sí será necesario algún tipo de tratamiento, ya que se considera que el trastorno se ha cronificado.

De forma persistente pueden aparecer imágenes, pensamientos, sensaciones, ruidos u olores vinculados con el trauma, espontáneamente o desencadenados por estímulos que recuerdan el suceso traumático. Estos recuerdos invasores muchas veces se acompañan de síntomas autonómicos como taquicardia, polipnea, temblor fino generalizado, cambios de temperatura, sudoración e incluso piloerección.

Como una estrategia para reducir o intentar eliminar la aparición de los fenómenos invasores surgen conductas de evitación, a veces evitando estímulos, otras con el uso de sustancias como alcohol o drogas.

La respuesta general del paciente ante los estímulos está reducida, al igual que la capacidad de expresar emociones ("embotamiento emocional") y en ocasiones puede confundirse con un desinterés o desmotivación, por lo que podemos pensar que estamos ante una depresión.

Tras el impacto traumático se ha mantenido el estado de hiperalerta, y se puede expresar por trastornos del sueño, dificultad en la concentración, irritabilidad fácil e incluso reacciones algo violentas, y un estado general de hipervigilancia. Hay que tener en cuenta que a veces un estímulo aparentemente neutro puede vivirse como amenazante y desencadenar síntomas autonómicos y pensamientos o imágenes invasoras que no se pueden controlar, o incluso pueden provocar una crisis de ansiedad.

 

¿Cómo lo tratamos nosotros?

Lo primero es hacer una valoración individual para ver cuál es el abordaje más adecuado a cada caso. Como hemos dicho, hay factores individuales, biográficos y de experiencia de la situación traumática que hay que tener en cuenta para proponer un tratamiento.

Es fundamental tratar este tipo de situaciones de forma integral, incluyendo el efecto que el impacto emocional ha tenido en el cuerpo y cómo ha afectado y las características previas de la persona, para recuperar la funcionalidad en el menor tiempo posible.

Para el tratamiento del TEPT hay varias técnicas validadas que han demostrado ser eficaces, según la guía NICE, la APA y la OMS. Una de las técnicas que permite procesar e integrar tanto los síntomas físicos como los emocionales y que ha demostrado ser muy eficaz es el EMDR.

En situaciones de mucho estrés nuestro cerebro puede perder temporalmente su capacidad natural de procesar y guardar la información y lo hace de forma disfuncional. El EMDR lo que produce es la reactivación de nuestro sistema natural de procesamiento de información, para integrar lo vivido y generar nuevas estrategias de afrontamiento más funcionales.

Otras orientaciones validadas incluyen terapia cognitiva y terapias de exposición, acompañado de entrenamiento en la gestión del estrés basado en mindfulness o yoga.